miércoles, 24 de abril de 2019

Mi bomba aspirante e impelente (metáfora)

La protagonista de nuestra historia tenía una peculiar profesión; se encargaba de evaluar el estado de las viviendas antes de que estas fueran puestas a la venta en alguna inmobiliaria. De esta forma, se le daba un precio conforme a la situación del domicilio, ya fuera para comprarla o alquilarla, analizando desperfectos, posibles averías, estado general de la construcción...
A lo largo de su vida había visto multitud de casas y apartamentos. Recordaba especialmente dos; una gran vivienda minimalista, decorada con sencillez y pulcritud, cuya fachada estaba pintada en colores claros, siempre acorde con el ambiente donde estaba construida. Por dentro, la construcción se mantenía impecable, ya que no había tara o desperfecto alguno que rompiera la armonía de semejante obra maestra de la arquitectura. Su diseño interior era, sin embargo, extravagante. Había infinidad de habitaciones y rincones, pero todos ellos eran accesibles por las personas que allí vivieron. En aquellos espacios tan especiales había de todo, desde salas dedicadas a la música o a la lectura como grandes ordenadores de compleja estructura interior y brillantes colores. Los inquilinos de la vivienda duraron en ella un año y durante ese año fueron los más felices del barrio, o al menos así lo reseñaron en la página web de la inmobiliaria. 
La joven tasadora se sentía muy satisfecha por aquel análisis, sin embargo, el otro que recordaba, le atormentaba.
Una vivienda, a escasos metros de la anterior, no se encontraba en óptimas condiciones. La estructura exterior del edificio era un desastre, tenía desperfectos en toda su extensión, la pintura se estaba descolorida y las ventanas y puertas que daban al exterior, carcomidas y destrozadas. En el interior de la casa, el panorama no era mejor. Las habitaciones no tenían orden ni concierto; los tabiques estaban, en su mayoría, en precarias condiciones; había incontables desperfectos en la decoración de la pared y en el suelo de las diferentes habitaciones; algunas zonas habían sido invadidas por las humedades y otras, por los roedores que por desgracia se colaban en viviendas en esas condiciones.
Los inquilinos que allí habían vivido habían sido descuidados y en absoluto cariñosos con el edificio. En ningún momento les importó y por tanto, lo aprovecharon como quisieron para luego, irse sin más, sin pensar en lo que habían dejado atrás.
La chica no tenía muy claro qué hacer con esa casa. En un principio pensó en poner el terreno a la venta, para que se construyera algo nuevo. Sin embargo, ella era optimista, así que justo delante del porche colocó un cartel en el que rezaba el siguiente mensaje:
``Vivienda en proceso de reconstrucción´´.
Curioso dato es que al cabo de los días, cuando la mujer ya se encontraba tasando otra casa, alguien escribió por detrás:
``Algún día alguien vendrá y conseguirá hacer que brille de nuevo´´.

domingo, 24 de marzo de 2019

El invisible rastro de las esquirlas de cristal

Mi familia tiene una fábrica, pero no es una fábrica con robots, cadenas de montaje y grandes trasiegos de personal, sino algo familiar y cercano a los clientes. Bienvenidos a la fábrica de los sopladores de vidrio.
De pequeño, cuando apenas tenía unos 5 años de edad, no me lo pasaba bien en la fábrica, pero a medida que fui creciendo le empecé a coger el gusto al vidrio soplado. Aunque también es comprensible, ¿cómo puede divertirse un niño de 5 años en un lugar donde correr puede acarrear perder meses de trabajo?
Cuando comencé a aficionarme a ir por las tardes al trabajo de mi padre fue cuando empecé a darme cuenta de que observando y escuchando a los demás se aprende mucho. Mi padre quería que yo aprendiera el oficio de soplador de vidrio, sin embargo, cuando inicié las practicas, asumí que aquello no era lo mío, ya que exigía de paciencia e imaginación, dos cualidades con las que no nací. A pesar de esto, el hecho de asistir todas las tardes a la fábrica a ver cómo mi padre y sus compañeros hacían los encargos de sus clientes me resultaba terapéutico, mayormente porque podía conocer e interactuar con esos clientes.
Tuve la suerte de toparme con infinidad de personalidades curiosas:
El señor Sánchez era un apasionado por la ciencia, pero su situación económica había hecho que acabara trabajando en una empresa de seguros, en la que afortunadamente le iba bien, lo que le permitía pagarse caprichos como el átomo de cristal que le hizo mi padre. La felicidad de sus ojos cuando le envolvimos la pieza para que se la llevara no se puede comparar con nada.
La señora García era muy aficionada al equipo de fútbol de nuestra localidad, por lo que quiso que mi padre le hiciera una estatuilla de con el escudo del equipo. Como tras varios intentos, mi padre no conseguía el resultado esperado, la clienta nos propuso una alternativa; un conejito. A pesar de que el segundo encargo era considerablemente más raro que el primero (sobre todo teniendo en cuenta los gustos de la señora García) mi padre consiguó hacer un conejo, muy detallado, para ella. En fin, supongo que siempre puedes esperar sorpresas de los demás.
Había una clienta... Gloria, que me llamaba poderosamente la atención. Era una chica joven, de mi edad aproximadamente, la cual se pasaba todas las semanas por la pequeña tienda de vidrio soplado que teníamos en la entrada de la fábrica. Un aire de misterio la envolvía, ya que, aunque compraba, nunca nos había pedido un encargo. La veía pasar por la calle de nuestra fábrica muy a menudo, quizás le pillaba de camino para ir a la universidad o al trabajo, y muchos días terminaba en la tienda comprando alguna figurita.
Una vez, mientras charlaba con nuestro dependiente, que era mi tío, ella eligió una de las figuras más vendidas de nuestro pequeño comercio; una esfera transparente con multitud de trazos de colores en su interior.
- Has tenido suerte, te llevas la última. Habrá que decirle a tu padre que haga más, chaval - mientras mi tío envolvía la figura, la chica sacaba su cartera.
- Claro Tito. Oye, te gusta mucho el vidrio soplado, ¿verdad? Te veo a menudo por aquí.
Nunca supe como reuní valor para hablarle.
- Si, mucho. Soy... bueno, es un poco raro pero me gusta coleccionar arte - contestó ella riendo dulcemente.
- ¿Arte? - farfulló mi tío - Arte son los cuadros de los museos y las estatuas de las iglesias - dijo mi tío riéndose - Mis hermanos solo soplan el vidrio.
- Si, soplan el vidrio. De una bolita ardiente de nada crean maravillas de cristal con colores y formas varias. ¿Por qué no iba a ser esto arte?
La última pregunta era, naturalmente, retórica (y menos mal porque el pobre de mi tío se quedó mudo tras aquello).
Desde aquel momento tuve la sensación de que habíamos perdido una clienta, sin embargo, un par de días más tarde, regresó, y esta vez nos trajo un encargo; quería que le fabricásemos una figura de un lazo rojo, ondulante, sobre una base, también de cristal. En nuestra fábrica nosotros no aceptábamos aquel tipo de encargos, ya que como nos pasó con la señora García, soplar el vidrio no era lo mismo que hacer figuras de cristal.
Debo reconocer que me dio un poco de pena ver la decepción en la mirada de aquella mujer. ``Ahora es cuando seguro que no vuelve´´, pensé, y esta vez no tuve razón por poco.
En efecto, regresó, pero se la notaba más... ¿apagada? Sólo miraba las estanterías de la tienda, pero parecía como si ya lo tuviera todo, como si lo que buscaba no lo pudiera encontrar ahí... No sé describir con palabras el sentimiento que me generó esa chica, pero acabé en el taller, con cubos lleno de cristal reciclado, intentando hacer un lazo rojo de cristal sobre una base, también de cristal.
Mis amigos pensaban que me había vuelto loco, pero, ¿conocéis ese sentimiento que os impulsa a hacer las cosas a pesar de que os sintáis cansados, tristes o incapaces? Yo lo experimenté aquel día por primera vez.
Tras muchísimos intentos, conseguí algo... parecido. No se podía comparar mi habilidad con la de mi padre, pero entre no haberle hecho ninguna pieza y mi obra había una leve diferencia que quizás marcara la diferencia.
Tardé semanas en poder entregársela.
Cada día que me iba a la fábrica, pasaba algunos minutos en la puerta de la tienda, entre los clientes, esperando poder encontrarme a aquella curiosa chica. A veces me asomaba a la calle y miraba a la dirección por la que solía llegar a la tienda, pero no la llegué a ver. Algún que otro día, incluso, le preguntaba a mi tío, por si había visto a alguna mujer con sus rasgos físicos, porque quizás podía ser ella.
Sí, lo sé, todos sabemos como se llama este sentimiento. Me da un poco de vergüenza hablar de ello. 
Pensé que me había tirado días haciendo aquella figura tan curiosa para nada, hasta que una noche, de la forma más inverosímil, pude entregársela.
En la fábrica se hacían turnos de limpieza entre los trabajadores, que eran, al fin y al cabo, mis familiares. Mi afición por ir al trabajo de mi padre me acabó costando el tener que unirme a esos grupos de limpieza, pero no me importaba, ya que los hacíamos los días que cerrábamos, lo que agilizaba mucho la faena.
Una de las tardes que me tocó finalicé con la limpieza bastante tarde (un pequeño tropezón con la escoba que me hizo estar allí hasta el anochecer). Mi sorpresa fue que, al cerrar la puerta metálica de la tienda, la chica a la que le había dedicado mi primera y última pieza como artesano se encontraba allí sentada, mientras rompía algo con las manos.
- Eh... hola. Buenas noches. ¿Eres la...?
- Si. - Me impactó cómo me cortó antes de finalizar la frase - Perdona, no debería estar aquí - Hizo el además de levantarse.
- No, ¡espera! - dije mientras la incitaba a quedarse sentada en el bordillo de la acera - Esto es la calle, ¿sabes? Puedes sentarte aquí si quieres.
Me esbozó una sonrisa. Cuando lo hizo pude ver que tenía los ojos rojos, como si hubiera estado llorando. Entre sus manos, tenía trocitos de lo que parecía ser una fotografía.
- Eh... oye, disculpa si te molesta la pregunta pero, ¿te encuentras bien?
- Ahora mejor - contestó ella - ¿Te llamabas Francisco, verdad? He escuchado al hombre de la tienda llamarte así a veces.
- Si, pero así sólo me llama mi padre cuando he roto algo. Llámame Fran, me gusta más. - Ella asintió - El otro día dijiste que coleccionabas arte, ¿a qué te referías exactamente?
La joven desplazó su mirada hacia abajo, como si intentara recordar algo.
- Verás, mi vida me deja poco tiempo libre como para poder hacer todas las cosas que me gusatrían. Las cosas preciosas, como las obras de tu padre y sus compañeros, no solo sirven para decorar un salón sino que además, significan cosas para cada cliente. Cada pieza que hacen, la hacen por algo, al igual que los escritores tienen casi toda su vida plasmada en sus relatos a modo de metáforas, referencias o los álter ego. No se trata de comprar una pieza de vidrio soplado porque es bonita, es elogiar un trabajo duro que además lleva impreso parte de la vida de la persona que lo hace.
Tras aquella magnífica respuesta, comenzó a enseñarme fotos en su móvil de su colección. No solo tenía piezas de nuestro vidrio sino figuras hechas a mano, ilustraciones sobre tablones de madera así como piezas de estaño que representaban animales.
- Algunos lo considerarían basura - aquello que dijo iba cargado con tristeza, la melancolía de su rostro la delató.
- Lo importante es que a ti te apasione. ¡Que sabrán los demás! Si la mayoría de ellos piensan que son cultos porque al decir ``cocreta´´ la RAE los respalda...
Conseguí una carcajada, bien, aquello era un éxito para mi.
- Por cierto, no sé manejar el vidrio y los cristales como mi padre, pero mira - saqué de mi mochila la figura de cristal - he hecho esto para ti.
Cuando tomó la pieza entre sus manos, rompió a llorar. Aquella fue la primera vez que me sentí verdaderamente mal por alguien, había hecho algo por ella y había conseguido un efecto completamente opuesto.
- ¡Perdona! Soy un patoso, verdaderamente malo, no tendría ni que haberlo intentado...
- Es perfecto - dijo entre sollozos.
Cuando se calmó me acabó contando que aquella figura era una representación de una leyenda japonesa. Algo así de un lazo rojo en el dedo meñique y de dos personas que se quieren mucho. Al parecer, iba a ser una regalo para alguien especial que resultó haberse aprovechado de ella y de su bondad.
- Lo bueno es que ahora será para mí. Solo para mí. Mi mejor pieza de la colección - cada vez que me sonreía me sonrojaba, menos mal que era de noche.
Al final acabamos cenando juntos, unas cosas de arroz muy raras con un trozo de pescado crudo dentro. Creo que se llamaban makis.
A la semana siguiente, en la fábrica, había una carta para mí. Era de ella. En el texto decía que se había mudado. Vivía en aquella ciudad por su expareja, con quien la cosa no terminó del todo bien. La fábrica le pillaba de camino a la universidad (estudiaba y trabajaba a la vez) y como coleccionaba arte, le encantaba pasar por allí.
Cuando me leí la carta por quinta vez, supe lo que era la rabia. Rabia por no poder haber hecho nada, rabia por su situación, rabia por sentirme idiota...
Nunca nadie me había hablado de lo que era querer a una persona, por tanto no podía haber hecho nada por cambiar aquella situación en la que me encontraba, pero la impotencia me comía por dentro.
¿Qué aprendí de todo aquello? Que hay que ser valiente. Nunca sabes la cantidad de oportunidades que se pierden a lo largo de la vida, hasta que no te encuentras en el mismo trabajo de siempre, 20 años después, añorando a la misma persona de 20 años atrás.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Un Viaje Inesperado

En la nota de suicidio había escritas varias frases de despecho, pero la que más llamaba la atención era: ``Algunos son el fin, otros somos el medio´´.
Esa fue la forma en la que un joven que apenas había empezado a vivir se despedía del mundo, se despedía de su vida pero sobre todo se despedía de aquella mujer causante de aquella sentencia tan dramática.
El muy infravalorado amor (o eso era lo que este chico pensaba) había tenido la culpa de que su existencia tocara fin, y es que a pesar de lo humanos que nos creemos por el simple hecho de estar vivo, podemos llegar a ser lo más inhumanos del mundo en determinados aspectos de la vida.
Esta es la historia de Marcos, un joven que como otro cualquiera, al llegar a una determinada edad, sintió el amor. Pero no ese tipo de sentimiento estandarizado que se ofrecen unas personas a otras, sin mayor final que el del placer. Sino una serie de sensaciones inexplicables que sólo cobraban cuerpo cuando se encontraba al lado de aquella persona. Y es que cuando ella le preguntaba ``¿Qué es lo que sientes?´´ él sólo sabía responder ``No lo sé. Sólo que quiero verte continuamente, hacerte feliz siempre y nunca defraudarte´´.
De por si a Marcos le resultaba extraña la expresión de su amada cada vez que contestaba a aquella pregunta, sin embargo, el afecto que sentía hacia ella le explicaba que era porque el sentimiento que tenía por él también le resultaba difícil de explicar. 
No obstante, no fue mucho más tarde de culminar su relación, cuando Marcos sufrió el profundo dolor de la desesperanza. Pues al percatarse de como ella le cogía de la mano a otro, abrazaba a otro y besaba a otro pudo confirmar que esa expresión no denotaba lo que su afecto le quiso hacer entender.
Y resulta que Marcos estaba ciego. Sí, ciego de amor, pero porque el realmente sentía todo lo que experimentaba su cuerpo por ella, para que pasados unos meses, se sintiera traicionado, hundido y utilizado.
El por qué ella le había dejado besarla y quererla en toda su extensión era algo incoherente en su conciencia, pero las sensaciones que él experimentó eran reales, de manera que, ``¿Por qué para mi ella ha sido mi todo y yo sólo he sido algo para ella?´´.
Preguntas sin contestar era lo que le atormentaban noche y día. Le quitaban el hambre y el sueño, y nada ni nadie parecía animarlo.
Aquel día, Marcos lo tuvo claro. No tenía sentido seguir viviendo, pues habían sido muchas las ocasiones en las que ella le había rechazado abiertamente para dejarle claro que ``No la volviera a molestar´´.
Cauteloso, dejó todos sus trabajos finalizados para no tener que ser la carga de nadie. ``Suficiente le hecho pasar ya a ella´´. 
Finalmente, decidido, se deshizo de su vida.
De él sólo quedaron dos lineas garabateadas sobre un papel en el que se leían ``Algunos son el fin, otros somos el medio´´.

martes, 15 de agosto de 2017

El Final

Una vez una escritora decidió dejar de escribir. No para siempre, ni un durante un tiempo. Simplemente asumió que todo lo que había hecho suyo, todas esas aspiraciones e ilusiones no eran más que capítulos de un libro que nunca vería la luz, entradas sobre sueños que nunca se cumplirían o reflexiones sobre asuntos que ya conocía de sobra. Aquel era el momento de decir adiós a una época que para su desgracia tocaba su fin, una época de esperanza en la que soñar era la vía de escape.
Y, ¿por qué en aquel momento?
Ya había llegado el momento de despedir una etapa en la que las mentiras la mantenían con vida y en la que las letras eran su chispa vital. Los momentos que la marcaron eran suficientemente impactantes para hacer mella en el joven sistema nervioso de una joven escritora, pero no de un peso lo suficientemente grande como para ser tomados por serios por las otras personas.
Estamos hablando de una escritora que con 15 años conoció lo que quieren vender como amor, para después ser criticada por su físico y abandonada por no ser como los demás.
Estamos hablando de una escritora que más tarde conocería al que consideró ser el amor de su vida pero que por cuestiones ajenas a su voluntad ella acabó siendo un monstruo irracional y descabellado que abandonó a ese amor suyo, pasando a ser un ser insensible y despiadado que sólo sabía llorar sus penas y quejarse de su mala suerte.
Estamos hablando de una escritora que a los 17 años conoció a los que llegaría a considerar sus mejores e inseparables amigos, pero que por cuestiones sentimentales externas a su persona se acabó disolviendo y transformando en un grupo de personas comunes partidarias de la diversión rápida y peligrosa.
Estamos hablando de una escritora que con 19 años sintió por primera vez en su vida lo que era ser despreciado y humillado por una pareja, a pesar de darlo todo por la otra persona y ser fiel a la convicción de ``será verdad lo que dice´´.
Estamos hablando de una escritora que a la edad de 20 años asumió por fin que jamás sería bien recibida allá a donde fuera por motivos que jamás entendería, ya que a pesar de darlo todo con los demás ella sólo recibía negativas como respuesta.
Esta escritora se marchita entre páginas de libros esperando algo, un acontecimiento, que la lleve a ese microuniverso ideal que ella se ha ideado.
Sin embargo, y como siempre, sólo tiene las letras como forma de sustento. Y tampoco vale abusar de ellas, ya que como todos sabemos, ni la literatura puede abstraernos siempre de la realidad.
Ya va siendo hora de que la realidad asuma el papel central.
Porque de ilusiones se vive pero de desilusiones se muere.

martes, 2 de mayo de 2017

Soñar despierta, morir durmiendo

Recientemente soñé con el amor, algo ajeno a mí. Algo que no quieren que merezca, algo ficticio.
Soñé como con un cuento de hadas en el que un entrañable y apuesto ser mostraba un desmedido interés hacia mi persona, un interés que se mostraba cada vez que lo veía y quedábamos juntos. Una persona que se arreglaba para recibir a alguien a quien quería interesar, a alguien hacia el que sentía cariño y amor. Soñé con una persona a la que le gustaba en toda mi esencia; lo bueno y lo malo, lo divertido y lo aburrido, la doctora y la humana.
Recuerdo esa sensación placentera de estima personal que sentía durante el sueño, así como la inmensa tristeza que experimenté nada más abrir los ojos para percatarme de que todo aquello sólo había sido producto de mi imaginación. Añoro el sentimiento que viví durante el viaje de mi alma al aspecto más odiado de mi persona, en el cual los impulsos de felicidad de transformaban en suspiros de recuerdos y anhelos.
Pero sobre todo, despierta en mí especial interés el fuego que en mi interior se aviva cuando revivo lo soñado, ya que es una muestra más de que paso mucho tiempo soñando despierta y muriendo mientras sueño, pues no hay mayor dolor que el subsistir a base de sueños y morir por realidades.

``De ilusiones se vive, por desilusiones se muere´´ - Anónimo.


jueves, 30 de marzo de 2017

Los Tres Grandes Pilares

Son tres los pilares que sostienen la vida de cualquier individuo, tres los cimientos de la estabilidad emocional de cualquiera, tres es el número de la forma más sencilla de sobrevivir.
Estos pilares no son más que columnas de amor en el sentido más estricto de la expresión, ya que se componen de aspectos relacionados con el afecto interpersonal, ese que es tan poco comprendido y tan escasamente llevado a cabo... Ese que nadie entiende de la manera correcta.
El primero de los Tres Grandes Pilares es el cariño familiar, esa clase de afecto que sólo una madre, un padre o un hermano es capaz de aportar. Esto puede complicarse desde el momento en el que una persona nace en el seno de una familia desestructurada o, menos trágico aún, en una familia en la que se es hijo único o hay monoparentalidad, ya que de esta forma el amor pasa a sustentarse en menos miembros de la unidad familiar, por lo que la dependencia de alguno de ellos aumenta de manera evidente.
El segundo de los  Tres Grandes Pilares es el cariño que aportan las amistades. Este es tan irreal y ficticio como los propios sueños, puesto que nunca se forma una amistad bajo ningún tipo de interés y nunca una relación de esta índole dura más de lo estipulado por la institución donde se haya forjado. No son sanos los grandes grupos de amistades pues en ellos se crea la relación de liderazgo, ni los reducidos, ya que nuevamente se cae en el error de basar el amor en escasos individuos, de forma que, si aplicamos el principio expuesto anteriormente sobre la ficción de estas relaciones, se vive con riesgo.
El tercero y último de los Tres Grandes Pilares es el cariño que aportan las relaciones de pareja, que son, con diferencia, más ilusorias que las anteriores hasta tal punto que sólo son ansiadas y vividas de forma idealizada hasta cierta edad, ya que a partir de ésta se persigue más el hecho de satisfacer las necesidades hormonales que mantener el Pilar bien sujeto a su base.
Tres son las bases imprescindibles de la felicidad de un ser.
Si falla alguna de ellas, un individuo podría mantener el equilibrio sólo con dos Pilares, pasando por algunos momentos de inestabilidad para que después sea compensado.
Si fallan dos de ellas es muy probable que el individuo caiga en una profunda tristeza e incomprensión generalizada, pues mantener el equilibrio resultaría prácticamente imposible.
Si fallan las tres, se puede establecer como signo patognomónico que la vida de lo que quede del individuo tiene las horas contadas.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Explicaciones

Recientemente me corté el cabello. Ahora parezco mayor, más madura, aunque dudo que por ello se me trate como tal. 
Con este corte, viajo tres años atrás en el tiempo, hacia un verano cálido en el que lo único que me preocupaba era lo que haría al día siguiente y mis expectativas de futuro se reducían a sacar el sobresaliente para conseguir una buena media en Bachillerato y con ello poder acceder a mi carrera soñada. 
En aquella época era plenamente feliz, no tenía que fingir sonrisas delante de nadie ni aplacar la soledad con juegos, libros o redes sociales. Aquella fue una buena época, y el pensar que fue hace sólo tres años me destroza el corazón.
Desde entonces, todo fue cambiando de forma drástica. 
Tuve la oportunidad de enamorarme y de ser feliz, del mismo modo que tuve la oportunidad de hacerme un hueco en un mundillo de creciente fama pero de escasa productividad. También logré mi ansiado sueño, la Medicina, mientras que los ratos libres los empleaba en nadar, salir con los que se hacían llamar ``mis amigos´´ y estar con mi familia.
Pasados los tres años, de todo aquello sólo me queda el recuerdo.
También es cierto que mis preocupaciones no son las de entonces; mientras que antes perseguía el sobresaliente, ahora aspiro al verdadero aprendizaje para poder sanar cuerpos, vidas y almas. La amistad ha pasado a ocupar esa porción en mi telencéfalo que se reduce a lo meramente fantástico, pues nadie mostrará interés en ti si no es para conseguir algo a cambio, y eso no es amistad. Nadar es algo que reservo para el verano, ya que durante el otoño y el invierno lo único que se nos permite es estudiar y vivir por y para la Universidad. El amor... no existe. Nuevamente me reitero en que si se interesan en ti es por conseguir un objetivo, y en este caso, en una auténtica relación, no aspiro a eso. Y es debido a que esta actitud se ha extendido mundialmente por lo que no me equivoco en afirmar que no existe, y el simple hecho de leer o teclear esa palabra me produce peritonitis.
Se vende lo que se gasta, y sólo se gasta carne. Nada de valores, inquietudes o cultura.
Cortarme la melena significa querer volver al pasado donde yo podía vivir en vez de subsistir. Donde no se nos presionaba por ser el mejor profesional de la sanidad ni donde a miembros de tu familia no les inquietaba el hecho de estar soltera.
Tres años son suficientes para acumular malas experiencias.
Tres años son suficientes para darse cuenta de que las personas que valen la pena en la vida sólo pasan una vez.
Tres años son suficientes para acumular odio y convertir a una persona sonriente en un ente diminuto y triste, que sólo sabe controlar un cuerpo de aspecto defensivo y entrecejo contraído para así protegerse.
Sólo me queda mi novel literatura para poder liberar adrenalina o lágrimas, según el momento. Gracias al cielo que aquí soy libre.
Ahora miro al pasado con añoranza. Qué idiota fui al dejarme llevar durante 2º de Bachillerato y caer en aquella desdichada situación, pues ahora me arrepiento.
Enfoco el futuro con miedo y desconfianza, aunque no por ello sin ánimos ni ganas. Lo que sé seguro que en él no hallaré será lo que dejé atrás hace tres años.
Pero, en fin, ¿qué más dará?

¿Por qué pedir perdón por el monstruo en el que me he convertido, si las personas que lo provocaron no lo piden?
- George RR Martin; Juego de Tronos.